Simbología oculta del cementerio de San Fernando (y de todos)

2023-02-05 17:39:37 By : Mr. Jack Chiang

Fue mi compañero Jordi, en aquella mítica “Guía Secreta de Sevilla” quién tan acertadamente escribió de este tema y es que son muchas las motivaciones que nos llevan a visitar el cementerio de San Fernando en Sevilla.

En muchos países, los cementerios son zonas ajardinadas, donde la gente pasea, como lo hacemos nosotros por el parque de María Luisa o los madrileños la hacen por el parque del Retiro. Sin embargo, cuando viajamos al extranjero, normalmente en nuestra lista de visitas, siempre figura un cementerio. Llamémoslo necrópolis o excavaciones, a fin de cuentas visitamos cementerios. Los cementerios de muchos países se han convertido en centro de peregrinaje o lugares de gran interés, lugares en los que algunos de sus difuntos, han seguido manteniendo la gloria y la fama que tuvieron en vida. Mucha culpa de este fenómeno turístico, reside, en las muchas incineraciones que se dan en tiempo presente. Que las personas no sean enterradas, influye de una manera importante, para que los cementerios de nuestros pueblos o ciudades formen parte de la historia, y se les visite por muchos más motivos, que los del simple hecho de rendir homenaje a una persona querida.

Hasta el siglo XVIII, la gente era enterrada dentro de los templos cristianos. Iglesias, conventos y catedrales, eran el lugar de enterramiento, para los que deseaban la salvación de sus pecaminosas almas. Son los cementerios de Sevilla, de esta ciudad eterna que al apagar sus luces contempla los vestigios de un pasado que aún recuerda sus “otros” cementerios, aquellos que siempre estuvieron en la ciudad y que el tiempo puede haberles cambiado el nombre pero jamás olvidará las historias que en torno a ellos tejió los sutiles hilos del azar de una ciudad que no deja, paradójicamente, nada a la casualidad...

Si pasea por el Prado de San Sebastián recuerde que su pasado está unido al de los camposantos eternamente olvidados de la ciudad... Más allá, cerca de la iglesia de San Sebastián, por el Porvenir, los pobres y los canónigos entraban allí un hueco para el descanso eterno. Barrios como San Bernardo, cuna de toreros y artistas, y cuna de otro ilustres cementerio eternamente olvidado... Y en María Auxiliadora o la Trinidad, en las cercanías de su Santuario un nuevo camposanto con mucha Historia, casi tanta como la propia Híspalis romana. Si decide visitar sus antiguas ubicaciones no olvide acercarse al vetusto cementerio del convento de San Agustín y déjese llevar en un viaje en el tiempo a aquellas épocas en las que el Santo Crucifijo obraba milagros.

Son los cementerios antiguos de Sevilla, los cementerios de los que nadie habla ya, los cementerios olvidados de una ciudad inmortal, porque la inmortalidad de la otra vida se gana desde esos mismos y eternos camposantos.

El Cementerio de los Ingleses o de los Protestantes, cementerio que sigue intacto, esperando que el tiempo o las autoridades le dejen en paz. Y por último, el Cementerio de San Fernando. Un lugar casi mágico, donde el dolor de la pérdida de un ser querido queda difuminado en sus largas calles, o entres las estatuas de algunos famosos, que son capaces de destacar aun incluso en un sitio de silencio, como es un cementerio.

Construido en 1.852, coincidiendo con la inauguración del Puente de Triana, el Cementerio de San Fernando, acogió a su primer morador eterno el 1 de Enero de 1.853.

Pero vayamos al Cementerio y de la mano de mi compañero en aquella aventura conozcamos mejor su simbología:

Simbología vegetal en los camposantos:

Cuando entramos en un cementerio, hay dos cosas que nos llaman la atención de una manera clara: El color verde de la vegetación y los tonos blancos de los mármoles. Aunque como veremos más adelante estas dos cosas no son las únicas que, inconscientemente, nos transmiten de una manera subliminal sentimientos, estados de paz o reencarnación.

Los colores más vivos en los cementerios los ponen las plantas y los árboles y es que no es casual que a través de los siglos, las personas hayamos querido que la naturaleza interactué con los cementerios. Y digo que no es casualidad porque antes del cristianismo, los cuerpos de las personas eran enterrados en plena naturaleza, dentro de un bosque, con un simbolismo claramente regenerador. Un ejemplo claro de la simbiosis entre naturaleza y cementerios lo encontramos en países como Suiza, Suecia o el totalmente desfigurado cementerio marino de Rabat, sin olvidarnos del bellamente salvaje cementerio de Estocolmo.

Las plantas forman parte de lo que podemos denominar como objetos mediadores entre lo vivo y lo muerto. Esto sucede principalmente en dos situaciones específicas y populares. La primera es que las flores están presentes en el momento del enterramiento, momento en el cual el difunto pasa a otro estado de ser, y la segunda sucede de una manera más estática, permaneciendo las flores en el lugar de reposo eterno de manera continua, e incluso de manera más significativa, en el día señalado como “Día de los difuntos”, en el cual los familiares limpian y adecentan las sepulturas, sobrecargando las mismas con flores de todos los colores y formas. Como en el caso de la fotografía en la que podemos apreciar la tumba de Alan Kardec.

Detengámonos un momento en el enterramiento. Como ya he dicho antes, las flores forman parte vital del ritual funerario, y es que en éste, aunque nos parezca algo occidentalizado, el hecho de llevar coronas de flores a la tumba, no es solo costumbre de nuestras culturas. Y es que en casi todas las culturas, las flores, son objetos claramente protagonistas. El uso de las coronas es tan antiguo como los mismos dioses solares. Pero donde tiene una presencia casi continua es en los ritos cristianos, empezando por la misma imagen de Jesús con una aureola de santidad sobre su cabeza en forma de corona.

Otro claro ejemplo del uso de la corona en la historia de las ceremonias religiosas, lo localizamos en los casamientos con ritos griegos, donde dos acompañantes sostenían sobre la cabeza del novio una bella corona dorada y las flores que decoraban el templo, quedaban expuestas un total de 40 días, como símbolo de su virginidad. Son muy dudosos los verdaderos orígenes del uso de las coronas, como obsequio para nuestros muertos, parece más claro que la palabra “coronado” en su sentido puramente funerario se lo debemos a los antiguos griegos.

Ellos disponían coronas floridas en las tumbas de sus difuntos, tal y como hoy lo hacemos, aunque estos, los griegos, lo hacían especialmente en los funerales de los más jóvenes. También los familiares se coronaban la cabeza. Flavio Josefo (Antigüedades Judías) dicta que su uso se remonta a los tiempos de Moisés, en el parecer de Plinio (libro XXV) otorga el mérito de las coronas de flores, al emperador de occidente Glicerio. Para los jugadores, en el caso de Olimpia, la corona sería de olivo y para los romanos de Mirto o Laurel.

La corona de Grama solo la disfrutaban los libertadores. También, en la india, tanto los verdugos como sus pobres victimas lucían coronas de flores. Incluso las coronas han sido protagonistas de fenómenos paranormales como el que nos narra el sexto libro de Herodoto respecto a la aparición fantasmal que sufrió la madre de Demarato, Rey de Esparta. En este suceso el espectro deja como aporte una corona de flores. Si hablamos de los ramos de flores en los funerales, en el caso de occidente, las flores siempre son frescas, pero en los países islámicos, las ofrendas son de flores secas e incluso también se ofrendan perfumes no alcohólicos. Otro ejemplo significativo que nos demuestra la importancia de las flores en los rituales funerarios es el de las esquelas y recordatorios, en las cuales e indistintamente de procedencias religiosas o ateas, como en el caso de Albania, son decoradas con flores claramente funerarias, como los famosos crisantemos.

El motivo por el que llevamos conjuntos florales a nuestros difuntos, es visiblemente una función purificadora, pese al desconocimiento simbólico que nosotros tenemos al respecto, el color verde de los arboles que encontramos en los cementerios, simboliza la regeneración primaveral y por ello también simboliza la inmortalidad del alma. El verde claro del césped es un símbolo equivalente de la esperanza. El color negro de algunas lapidas nos hace una referencia hacia la gravedad de la muerte y la melancolía de los que se van.

Con un significado casi incierto, la palabra Árbol, personifica “el que crece, el que se levanta”.

Dentro de la simbología natural, las flores representan lo divino, “Dios”, y los árboles simbolizan lo oscuro “Demonio”. Pero en este sentido también hay excepciones. Una de estas excepciones dentro de la simbología funeraria sería la Michelia Champaca, más comúnmente conocida como Árbol de la Magnolia. Este árbol se hizo muy conocido en la antigüedad por crecer espontáneamente sobre las tumbas de los difuntos. En este sentido, se tenía la creencia de que un árbol que crece encima de una tumba, albergaba en su interior el alma del difunto, incluso, que el árbol brotaba directamente del cuerpo del difunto.

Los árboles representan lo más importante de la tradición religiosa, la Cruz. Lo que, en el sentido funerario, simboliza el tiempo, la vida actual y la vida eterna. En gran número de cuentos populares sobre la vida de jóvenes héroes, son simbolizados con un árbol, comúnmente por el Ciprés. En la historia, la cruz de madera ha unido de una forma moral a distintas culturas, teniendo presente que representa de alguna manera lo bueno, lo malo y el juicio supremo. Resulta curioso que la madera con la que se construían algunas cruces, estaban hechas de maderas sangrantes o maderas resinosas, que sin duda nos lleva a una simbología mística del San Graal, sangre renovadora del corazón de Cristo. Las cruces en los cementerios, antiguamente, eran de madera. Simbolizando la renovación, las de mármol o piedra representan el espacio, o mejor dicho, la religión dentro del espacio funerario.

Gubernatis, atribuye lo funerario de algunos árboles a su espesa sombra. Quizás por esto mismo, la creencia popular recoge como árboles funerarios al Tejo, al Manzanillo y el Nogal, cuya sombra, dicen que produce la muerte. En la india, al Nogal lo llaman Yamadûtikâ, que quiere decir “Mensajero del Dios de la Muerte”.

Uno de los árboles que más comúnmente se ven en nuestros cementerios es el Ciprés, este árbol que puede alcanzar los 20 m. de altura, descubre una simbología clara. Por su aspecto; severidad y reposo, y por su forma señalando al cielo; sirve de guía para las almas despistadas. Su tronco de tonos grises se asemeja a las columnas de los templos de los dioses mitológicos. Su larga longevidad, en algún caso de más de 1.300 años, simbolizaría la sabiduría que nos proporciona la eternidad.

Dice Plineo, de la rama del Ciprés, que es símbolo de luto “fúnebre signo ad domos posita”. El aroma del Ciprés lo comparaba San Bernardo “con la buena reputación del hombre contemplativo”. Creo que es importante que explique en este punto la historia mitológica de este maravilloso árbol para que se comprenda claramente de donde procede la fuerte unión que tiene este árbol con la simbología funeraria. Cuenta la mitología griega, que en Carthea, ciudad de la isla de Kea, cerca de Ática, vivía un joven pastor llamado Cipariso. Amado intensamente por el dios Apolo. Cercano al lugar donde sus rebaños pastaban, paseaba normalmente un hermoso ciervo sagrado con un collar repleto de joyas y piedras de gran valor. El ciervo era manso y se dejaba tocar y acariciar por el joven pastor. Un día de mucho calor, el hermoso ciervo se acomodo en una gran sobra para refrescarse y dormitar un buen rato. Mientras tanto el joven Cipariso pasaba el tiempo distraído lanzando una jabalina y sin haberse percibido de la presencia del ciervo, lo atravesó y el ciervo murió al momento. El joven destrozado de dolor por la muerte del animal decidió suicidarse, no sin antes pedir a los dioses que su dolor persistiese por siempre. Los dioses atendieron su suplica y lo transformaron en un gran Ciprés. El dios Apolo lamentó profundamente la muerte de Cipariso y le dijo; “Yo guardaré luto por ti y tú lo guardaras por todos los demás, acompañándoles en su consuelo en el lugar de enterramiento”. Desde aquel día, el Ciprés, es el árbol de la muerte y es honrado como símbolo de eternidad.

Otro árbol con simbología funeraria es la Palmera, aunque menos común en algunos cementerios de las zonas frías. De la Palmera se decía en la antigua Babilonia que le reconocían tantas virtudes mágicas como días tiene el año. Quizás no sea por casualidad que, en los sistemas de escritura jeroglífica de los egipcios, la palmera fue el emblema del año y de los espacios de tiempo y muy especialmente del espacio dedicado al Fénix.

La palmera, en los cementerios, simboliza la victoria y el triunfo. Aunque os parezca irónico. Os lo explicaré. Cuando vemos una figura de un guerrero con una palma en la mano, simboliza la victoria en la batalla, y caso claro es el de Santa Eulalia en las luchas cristianas del siglo IV. En el caso de los difuntos, la palma (rama de Palmera) del Santo es la victoria sobre el espíritu del mal y el triunfo de la vida y la recompensa con la eternidad.

Para el cristianismo, como es obvio, la palmera o palma ha sido fundamental en su cultura e incluso objeto de situaciones milagrosas como la de Santa Clara, la cual, cuenta la leyenda, que cuando cogía una rama seca de palmera con sus manos en las procesiones primaverales, la rama, volvía otra vez a ponerse verde y llena de vida. También se dice de la importancia de la palma en el cristianismo, que en el entierro de María, San Juan llevó una palma en la mano. Quizás por este simbolismo cristiano, desde el siglo XII, las palmas adornan los altares de los Santos.

Como antes ya señalé, la palma o palmera, es un símbolo de inmortalidad. Un ejemplo lo podemos comprobar en el Libro de Job, pues dice: “he aquí que moriré en mi nidito y veré multiplicar mis días como la Palma”.

En las procesiones de la diosa Isis, el horóscopo llevaba en su mano la palma como símbolo de la eternidad, y los Órficos, corriente religiosa de la antigua Grecia, relacionada con Orfeo, maestro de los encantamientos, veneraban la Palmera como un árbol inmortal. Por su condición de inmortalidad se ha convertido en insignia de la victoria.

El Sauce Llorón. Creo que solo por su presencia elegante y melancólica, debemos referirnos a él como un árbol imprescindible en los Huertos del Señor. Su forma peculiar simboliza claramente el estado de dolor y llanto de los vivos por el recuerdo de los difuntos. Cuenta una leyenda cristiana, que el Sauce Llorón, agachó sus ramas para cobijar a la madre de Jesús cuando este partió a Egipto.

Los Sauces desempeñan un puesto importante en los ritos funerarios de los chinos, donde presidían las comidas funerarias. Ya en la época de los Cheu, muchos siglos anteriores a nuestra era, se colocaban hojas de Sauce sobre el difunto como símbolo de inmortalidad y eternidad.

Otros árboles, como la Encina y el Roble, no pueden faltar en los cementerios cristianos, puesto que estos simbolizan la dureza de la Fe. Siendo la Encina un árbol antiguamente consagrado al Dios Padre, llegando a utilizarse el bosque de encinas como lugar sagrado de enterramiento. Cuenta una antigua leyenda que cuando los Judíos fueron a talar un árbol para construir la cruz de Cristo, todos los arboles salvo la encina se rompieron en mil pedazos, siendo este árbol con el que crucificaron a Jesús. También el Roble fue venerado en la antigüedad por sus cualidades proféticas. Por determinadas leyendas griegas sabemos que el Olmo fue un símbolo funerario para los antiguos griegos. Aquiles, en honor del padre de Andrómaca levantó una tumba, en la cual, las Ninfas plantaron grandes Olmos. Otra bonita leyenda griega cuenta que cuando Orfeo toco su lira en honor a la muerte de Eurídice, los Olmos brotaron del suelo llegando a forman un bello bosque.

Actualmente, los árboles frutales no tienen cabida dentro de un cementerio, dado que sería un poco contradictorio, puesto que el fruto de los arboles simboliza el fruto de la vida. No obstante, en el antiguo Egipto, el melocotonero tuvo un lugar de importancia simbólica en las tumbas de los faraones, para ellos éste fruto de sabor dulce, simbolizaba frescor de vida y consuelo. Tanto los mahometanos como los cristianos conservaron durante mucho tiempo en sus cementerios éste simbolismo del árbol Pérsico. Respecto a la idea de no comer los frutos que nacen en los cementerios, en la antigüedad los italianos acostumbraban a quemar las hierbas altas para que no sirviese de alimento para los animales.

Otras plantas, que de alguna manera deben ser desterradas de los cementerios son los cactus, puesto que este tipo de plantas agudizan el dolor y el sufrimiento. Los indios americanos nunca levantaban tumbas ni casas cerca de plantas con espinas

En la simbología cotidiana, el símbolo de la paz es el olivo, pero éste, al criar fruto, no lo veremos normalmente dentro de los cementerios simbolizando la tranquilidad funeraria.

Pero si alguna planta tiene el pase a los cementerios, totalmente prohibido, ésta es la Zizaña, que como su propio nombre indica, simboliza la disputa, la discordia y sobre todo la conspiración y las siempre detestables malas maneras.

En el caso del Tejo, podemos decir que su simbología implica alegóricamente el respeto. Singular y muy significativo a éste respecto, es el caso de un cementerio francés llamado Saint Pièrre des Ifs, donde se veneraban antiguamente los arboles del Tejo, éstos datados en el siglo XI, por su antigüedad representan el respeto, como el que se le ha de tener a un hombre anciano.

En algunas regiones hay costumbre de depositar una flor blanca o roja encima del mismo cadáver. El motivo de esta ofrenda al difunto, se remonta en el tiempo a los antiguos pueblos de la India védica, según su tradición, se ponía sobre el cadáver una corona de Nardos. El médico y antropólogo darwiniano Paolo Mantegazza, describe en su libro “Río de la Plata” que una tribu llamada los Calchaquíes, adoraban a los arboles mientras decoraban con piedras y plumas las tumbas de sus cementerios. Pero para decoraciones, tanto trabajadas como extravagantes, las de los Persas del siglo XVII, que tenían como costumbre llevar manzanos enteros a las tumbas de sus difuntos, de los cuales colgaban trenzas arrancadas de la difunta, en signo de fidelidad eterna, y unos papelitos rojos y verdes.

Entre las flores con mayor simbolismo que podemos encontrar en este tipo de recintos sagrados, se encuentra la Violeta, siendo un emblema de humildad, modestia y por su color violáceo casi negro, símbolo del luto. Este mismo color se encontraba entre los objetos mortuorios de los egipcios. También encontramos este color, en los lutos de los reyes de Francia, color que también usan los chinos de a pie. Algunos apuntan a que la Violeta se convirtió en la planta funeraria por excelencia, gracias a la leyenda helénica de Perséfone, en la cual se narra que éste encontró la muerte mientras recogía Violetas. Gubernatis, en su libro “Mitología de las plantas”, hace alusión a un cuento popular llamado Darmstadt, en el cual tres ángeles se llevan al cielo a una joven hermosa coronada con flores de Violetas. Aunque las Violetas no siempre han sido las flores por excelencia de los cementerios, ya que algunos dioses del arte griego relacionados con la muerte, llevaban sus cabezas decoradas con una planta llamada Asfodeo.

Asfodeo, servía también en la Grecia antigua como ofrenda para las tumbas. Posiblemente los griegos tomasen esta planta como importante símbolo funerario, por su creencia en la eficacia contra los males del veneno, pasando a ser una planta que proporcionaba la inmortalidad.

La Hiedra es otra planta, esta vez trepadora, que encontramos en los antiguos muros de ladrillo de los cementerios. Su simbolismo es simple pero del todo lógico, simboliza el cariño. Se simboliza así por lo peculiar de esta planta al ir abrazando toda lapida, nicho, verja o pared que encuentra a su paso y decorando el paisaje con ese verde característico de la regeneración y de la inmortalidad.

No podemos olvidarnos de la importancia que tiene la planta Siempreviva amarilla en la simbología funeraria, ya que no todas las plantas u objetos que encontramos en los cementerios nos sirven de canalizadores naturales para procurar un descanso a los fallecidos, sino que también nos encontramos plantas adecuadas para el visitante, plantas en las que podemos ver reflejados nuestros anhelos y penas. La Siempreviva amarilla seria la reina de la simbología del recuerdo, el recuerdo de nuestros difuntos.

¿Y porque amarilla? La respuesta, como en tantas otras veces la encontramos en el cristianismo más ortodoxo, el cual procuró a la tonalidad de color amarillo un simbolismo de luz, la luz del amanecer. Algo similar nos pasa con la planta “No me olvides”, de curioso nombre, ésta también evocaría un deseo de sentimentalidad del visitante del cementerio y no de los moradores del mismo. Tan arraigado es el simbolismo de esta planta, que en determinados Campo Santos, como el de Mont Auburn de Boston, se le ha puesto el nombre de “Camino de no me olvides” a alguna de sus calles.

Por supuesto, un sentimiento que se puede sentir en los cementerios es el del Amor. Amor a un Padre, a un hijo, a una pareja, etc. En este caso, la planta que simboliza este sentimiento dentro y fuera de los muros de los Campo Santos son las Rosas. Olvidando detalles históricos como la Guerra de las dos Rosas, que enfrentó a los miembros y partidarios de la Casa de Lancaster contra los de la Casa de York, las bellas y fragantes rosas, a lo largo de los tiempos, han sido el símbolo del más puro amor. Aún en nuestros días, el regalar rosas es sinónimo de afecto. Y este simbolismo nos viene muy arraigado desde tiempos ancestrales. Los romanos, celebraban en verano una fiesta popular, de connotaciones claramente funerarias, llamada Rosalías, que consistía en esparcir Rosas sobre las tumbas de sus antepasados. Como siempre, debemos remitirnos a los dioses antiguos y es que la diosa funeraria de la muerte y el silencio por excelencia, Hécate, se presentaba adornada con una corona de Rosas.

“Reina de los Fantasmas” es un título asociado con Hécate, debido a la creencia de que podía, tanto evitar que el mal saliese del mundo de los espíritus, como también permitir que dicho mal entrase. Hécate, tenía un papel y poder especial en los cementerios. Guarda los «caminos y senderos que se cruzan». Su asociación con los cementerios también tuvo mucha importancia en la idea de Hécate como diosa lunar. Otras diosas también han estado muy asociadas a las tumbas y a la muerte, como por ejemplo, la diosa Venus Urania o Venus Fúnebre, que no podía verse por el hombre si no era después de muerto, en el más Allá. Asociada al amor de los difuntos, se atribuía la cualidad de guardar el amor dentro de los sepulcros.

Para las tristes tumbas de los recién nacidos, las flores apropiadas son las Amapolas puesto que su simbología es la de la brevedad de la vida, por la inconsistencia de sus pétalos. También es apropiada por su color rojo, que en algunas culturas se ha tomado ese color para simbolizar la lozanía infantil. Para los adolescentes de la India, existe otra planta llamada Gaurika-Menlika que simboliza la juventud eterna.

El amarillo de los Girasoles no es muy común verlo en los cementerios, pero antiguamente se plantaba cerca de los cementerios para indicar simbólicamente el tránsito del oriente al ocaso, o lo que es lo mismo, el tránsito de la vida a la muerte.

También existen plantas estrechamente relacionadas con lo funerario pero que por su complejidad las podemos llamar “Plantas Imposibles”. Las denomino así, dado que son plantas que no existen físicamente, pero sí en la mitología o en las leyendas. Una de estas singulares, es bautizada como “Köngul”. De ella se sabe que procede de la tradición altaica y que su leyenda guarda un aspecto totalmente apocalíptico. Según la creencia, solo crecerá cuando llegue el final del mundo, y cuando sus raíces, en forma de serpiente, crezcan y se afiancen, florecerán monstruos de sus ramas y crearan el caos entre los hombres y los animales.

Muy usadas en todas las culturas y religiones, la plantas aromáticas en los cementerios adoptan un carácter purificador, por ejemplo, los romanos y griegos usaron el olor purificante del jugo de la vid, los babilonios y asirios, usaban miel de mil flores aromáticas, de Alejandro Magno se tiene la creencia que fue enterrado en una tumba de oro, llena de miel, ésta como símbolo de la esencia de las flores.

También éstas, las aromáticas, tienen un rincón dentro de la simbología de las plantas en los cementerios. El motivo radica en el aroma que desprenden, éste ha de ser simbólicamente entendido como algo purificador.

Ya en Italia, existía la curiosa costumbre, de quemar hierbas aromáticas a la hora de abrir un sepulcro, con el objeto de purificar el aire. Para el tema que estamos tratando, la hierba adecuada es el Romero.

Una antigua costumbre de la zona manchega, nos habla de una planta de la familia de la Menta, llamada Moradux, cuyas hojas se esparcían en los cementerios en las fiestas mayores.

También las plantas de los embalsamamientos eran elegidas cuidadosamente. Una de estas plantas es la Mirra, que la encontramos en reliquias como el Santo Sudario de Turín, que según la creencia, cubrió el cuerpo de Jesús de Nazaret después de ser crucificado.

Los musulmanes usaban Alcanfor para ungir los cuerpos de sus difuntos. Heródoto, historiador y geógrafo griego del siglo V, nos cuenta que a los Reyes de Escitia se les embalsamaba con Juncia, Perejil y Anís y posteriormente se les cubrió por completo de cera. En el entierro de Fátima az-Zahra, hija del profeta Mahoma, (606 - 632), se quiso hacer milagroso el hecho de que se respirase en el ambiente olores agradables a planta.

La plantas bulbosas tienen un simbolismo metamórfico o transformador muy asociado a la muerte, ya que gran parte de su vidas se las pasan como muertas y enterradas como un difunto, sin dar ningún signo de vida. Pero en la época, normalmente primaveral, se desarrollan rápidamente mostrándonos toda su belleza, como si se tratase del alma. En el caso del Narciso, no solo encontramos la simbología de metamorfosis, sino nuevamente el símbolo es el del amor. Tomando reiteradamente mano de las leyendas, pondré un ejemplo para explicar este simbolismo: El Narciso. Según dicta una leyenda helénica, fue en la tumba de un joven, muerto en un arroyo por el amor que sentía de sí mismo, donde nació el primer Narciso. Sabemos que con la flor del Narciso, se coronaba a los cadáveres de la antigua Roma y al mismísimo Plutus.

El caso del Jacinto, también es un caso asociado al rito funerario griego, en el cual podemos ver relieves de Jacinto en algunas tumbas tebanas y estaba consagrada a la diosa Deméter.

Si en un cementerio encontramos una acumulación de agua en forma de pequeño lago decorativo, sin duda alguna nos toparemos con la Flor del Loto. Esta planta acuática, ya la utilizaron los egipcios en sus tumbas. El caso más significativo lo encontramos en la tumba del faraón Tutankhamon. Usada como adorno funerario, se encontró dispersada sobre su momia. El loto, en la simbología funeraria, representa la inmortalidad.

La madera de los Ataúdes.

Este punto, aunque a primera vista pudiera parecer simplemente circunstancial, es vital en la simbología funeraria. Dos virtudes importantes han de tener la madera del ataúd: Ser olorosa e incorruptible. Una madera que reúne estas mismas cualidades, es la del Cedro. Se tiene la creencia de que el fuerte aroma de esta madera noble, espanta a los gusanos y a los insectos de las tumbas y por esto mismo su simbología es la de la eternidad. Otra madera apropiada, y así lo sabían los antiguos Romanos, es la del Ciprés. Sus cualidades, respecto a su fin mortuorio como ataúd, son también importantes: Resiste la humedad y es extremadamente duradera. En la Antigua Ática, usaban la madera de Ciprés para sus ataúdes.

En el antiguo Egipto, era el Sicomoro el árbol elegido para proteger las momias. Aunque no todos los ataúdes son de madera, antiguamente y también en Egipto, encontramos sarcófagos hechos en piedra, en este caso su simbología también es concluyente, viene a simbolizar un aislamiento entre el cadáver y el universo.

Esta simbología no puede ser comprendida desde un punto de vista religioso actual, ya que ese aislamiento nos impediría, de una forma cruel, nuestro último viaje al reino de los cielos. De hecho, una manera cruel de enterramiento, sería el ataúd metálico y sin ninguna abertura, impidiendo por completo la metamorfosis de cuerpo en alma. Por este motivo y gracias a sus poros, la madera, religiosamente es el habitáculo adecuado para el viaje espiritual, al favorecer la salida del alma.

Por lo dicho, muchos decidieron ser enterrados sin ninguna protección que no fuese la de una madera porosa. Un caso curioso es el del conde y además poeta, Aleksei Tolstoi. Tolstoi decidió, y así dejo dicho para cuando llegase su hora, que su ataúd no fuese forrado con Zinc, puesto que deseaba estar en pleno contacto con el mundo vegetal. Maderas muy densas como el Ébano, por los mismos motivos que he explicado del ataúd de metal, no son las indicadas para el ataúd. Un ejemplo muy claro sobre lo expuesto lo tenemos en la cultura Israelita, en la cual se ha prescindido por completo de la figura del ataúd.

Una antigua tribu india, enterraban a sus hijos más pequeños, en ataúdes hechos con tierra y hojas y los depositaban a la sombra de los árboles, lo más cercano al tronco, después cubrían el ataúd con maleza y se marchaban. Sin duda este ritual tan elaborado tiene un significado simbólico respeto a la reencarnación y la regeneración. Confucio, filósofo chino del 551 a.C., relata un ritual similar, esta vez destinado a los jóvenes muertos de viruela o sarampión. El cadáver se depositaba al pie de un árbol y se cubría de hojarasca, al cabo de un año los familiares regresaban al mismo lujar donde se depositó el cadáver y se celebraba una comida.

El folclore también ha sabido traer a nuestros días algo de la simbología funeraria. Es el caso de una antiquísima canción Búlgara recogida por Dozon y posteriormente por Ángelo de Gubernatis y que dice así, sobre las palabras de un Romeo cualquiera “Yo me convertiré en verde Arce; tú; junto a mí, en un delgado Abeto; y los leñadores vendrán...., harán con nosotros lechos, nos colocarán uno junto al otro y así, amiga mía, estaremos juntos”. Tanto el Abeto y el Arce, son comunes en los cementerios.

Es la simbología funeraria, la simbología que también se esconde tras los cementerios.